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Dame un rostro y le daré vida

Esta semana les atenieses hemos dado vida a diferentes personajes fantásticos a través de una imagen


Una semana más, la asociación de escritura de la universidad Atenea, os trae sus textos para que pasar un rato en el mundo de la literatura. Esta vez, nos hemos propuesto dar vida a diferentes personajes a través de su imagen.


El objetivo de la dinámica de esta semana ha sido imaginar la personalidad, la vida y el origen de diferentes personajes. Para ello, les atenienses contábamos con una serie de imágenes a elegir y a través de esa imagen se construía todo el personaje. Os dejamos aquí una pequeña muestra.


El primer texto proviene de Hylian, quién se ha inspirado en una imagen del artista svnddlsnts. Y que en, palabras del autore, es una alegoría trans.


Nadie supo lo que le pasaba a Finn, no hasta que fue demasiado tarde. Sus escamas eran igual de pálidas que las del resto, sus ojos no mostraban nada fuera de lo común. Piel celeste, ojos carmesí, dos grandes pupilas dilatadas. ¿Cómo iba a ser sino?


Cuando le preguntaron a sus familiares, ningune quiso hablar del tema. Se mencionaban las pequeñas marcas negras de sus brazos y la tendencia a la soledad que había desarrollado en las últimas semanas. Sin embargo, todas las conversaciones acaban igual. “¿Cómo íbamos a saberlo?” decían, “Esta tragedia ha sido inesperada para todes, y buscar los síntomas ahora es muy fácil. Pedimos por ello comprensión y tiempo.”

A la hora de sus amigues, sus presuntos contactos más estrechos, elles parecían haber sufrido una verdadera pérdida. Se les veía siempre en grupo, buscando animarse entre elles, siempre carentes de sonrisas. Las pocas veces que se atrevían a hablar de Finn era al borde del sollozo, lamentando haberle fallado y no haber estado ahí para él.

Finn observaba a todes en silencio; no quería perturbar su duelo. Tampoco es que su presencia hubiera cambiado algo. Se le hacía curioso verles y escucharles, ajenos a su historia pero apropiándose de ella. A veces era hasta entretenido pararse a mirar mientras recitaban su aprendido discurso. Elles nunca se atrevían a mirarle. Nunca a los ojos, nunca a su figura.


Lo más curioso era, se decía a sí mismo, que “se arrepentían tanto de no haber hecho nada por él” y aún así, ningune le había preguntado. No se habían acercado para saber qué pasaba, cómo había llegado a ese punto. No le habían preguntado cómo estaba. Si lo hubieran hecho, Finn se lo habría contado.

Les habría contado el día en el que vio la primera hoja salir de su cuerpo. Cómo reaccionó con miedo, y todo lo que tardó en tocarla, preocupado por su origen. Aún así, se aventuró a acariciarla, y se alegró al descubrir cierto confort en el acto. No le dolió ni sintió otredad, como había temido. Podrían haber sabido que ese fue el momento en el que las dejó crecer, expectante por lo que sucediera.

Porque los meses fueron avanzando, y con ellos nuevos tallos empezaron a brotar. Ya no se limitaban solo a su espalda; algunos habían empezado a aparecer en sus brazos y cuello. Desde su aparición, Finn había notado una gran mejora en su estado anímico. Su propio cuerpo parecía más activo, como si estuviera eufórico.

Imagen del artista @svnddlsnts en Instagram


Él nunca había buscado ocultarlo. Tampoco tuvo urgencia en compartir aquel pequeño secreto. Sabía que las hojas serían visibles pronto, pero no tenía miedo de ello, ni ninguna otra emoción. No era nada demasiado vistoso, era otra parte de él.


Y ahí estaba, de pie, en medio de una multitud, añorando a alguien que ya no estaba.

“No se equivocan,” pensaba Finn, “la persona por la que lloran no existe. Creo que nunca existió. Ojalá lo supieran también.”




El siguiente texto es de Álvaro Cruz Soleto, quién inspirado en una imagen del artista riibrego ha creado una versión nueva del cuento de Rapunzel:


Rapunzel recorría con los dedos las grietas de la pared de la torre. Lo había hecho tantas veces que podría haberlas plasmado sobre el papel sin temor a equivocarse. Pero Rapunzel no tenía papel, ni nada con lo que divertirse. Solo grietas. Ni siquiera tenía un peine para arreglarse su jungla de cabello.


“Rapunzel, Rapunzel, deja tu pelo caer”. El peine había llegado.

La mujer trepó por el pelo de Rapunzel, le dio su escasa ración de comida, la peinó y se fue. Rapunzel solía pensar en tirarse con ella mientras trepaba por su pelo, y así acabar con la bruja y con su propio sufrimiento. Pero nunca se atrevía a hacerlo.


Llegó la noche, y Rapunzel volvió a recorrer las grietas de la pared. Entonces, sintió algo húmedo en el dedo. Se acercó a la ventana, pues no había luz más la lunar. En su dedo había sangre, pero eso era normal, pues de acariciar tanto la piedra, las yemas de sus dedos terminaban erosionadas, algo deformes, y la bruja la había regañado ese mismo día por ello.

Se giró hacia el lado más oscuro de la habitación y caminó hacia la negra pared. Se paró a medio camino al notar que su pie tocaba algo húmedo. Se volvió hacia la luz y vio que sus dedos del pie estaban cubiertos de sangre. De repente, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Algo gélido le había tocado los talones. No era un simple charco de sangre. Algo sangraba, y mucho. Se acercó de nuevo a la pared pintada con negrura, chapoteando sobre el fluido carmesí. Se chocó con la pared. No la había visto de lo oscuro que estaba. Del golpe, la cara y el vestido se le mancharon. La pared sangraba a través de las grietas que tanto conocía. Rapunzel intentó apartar algo de sangre de la pared para ver que había más allá. Y se encontró con un ojo, incrustado entre la piedra. Sobresaltada, Rapunzel se cayó en el mar sanguíneo.

Imagen de la artista @riibrego en Twitter


“No temas”, le dijo una voz que salía de la una boca de entre las grietas. “Somos como tú, Rapunzel. Condenadas a morir aquí. No temas. Tus caricias han significado mucho para nosotras, y, por fin, somos las suficientes para salir de aquí”. Aquellas palabras atraparon tanto a Rapunzel que se olvidó del terror que había sentido. “¿Cómo?”, dijo ella. “Acércate”, dijo la voz. La piedra empezó a moverse.


El día siguiente, la bruja llegaba a la base de la torre. Ordenó a Rapunzel a que tirara sus cabellos, y en vez de la mata dorada de siempre, llegó hasta ella algo pegado entre sí, rojo y feo. “No sé que daño se habrá hecho la niña, pero no se comparará a lo que le haga yo”. Empezó a subir por la horrenda cabellera cuando su mano tocó algo esférico. Lo miró. Era un ojo. Y el ojo parpadeó. Sintió algo cerrarse sobre su mano, y, de repente, el dolor fue insoportable. Algo le había rebanado los dedos. Miró su mano y una boca que parecía tener pelo por labios sonreía mientras masticaba sus dedos. El pelo empezó a envolverla, como cuando caminas hacia una telaraña sin darte cuenta, pero mucho más asfixiante. Entre los cabellos aparecieron más bocas y ojos. La devoraron entre risas.



Y por último os dejamos un texto de María Rabanal de la Llave quien, con una imagen de gabriellemarinart, ha imaginado un ser que habita en todos nosotros, los Spiritantes:


Cuando hace mucho frío, las pequeñas partículas de saliva y aire caliente que expulsamos al hablar se condensan y forman una pequeña nubecita blanca con la que los niños juegan a fumar como si fueran mayores. Ese pequeño instante es mi vida. Mi nombre es Ailin y mi cuerpo está hecho de bruma de instantes. Soy un suspiro de alivio, unas palabras de amor, una expresión de sorpresa.

Imagen del artista @gabriellemarinart en Instagram


Trato de evitar los gritos y los insultos. Las palabras de odio son para otros Spiritantes. Los he visto en alguna ocasión son grises y mueren rápido, siempre pidiendo auxilio. Yo vivo en las respiraciones ensoñadoras, en los patios de los colegios, en las risas de las abuelas. Salto de alegría en alegría con mi nariz y mi boca humeante. Soy cálida como un chocolate caliente aunque solo aparezco en los momento más fríos. Adoro ser un Spirante pero, como todos los de mi tipo, hay un temor muy profundo en nuestro ser. Y es que, cada vez que alguien nos revive con sus palabras, guardamos una parte de ellas en nuestro interior, son lo que nos da fuerzas para poder regresar a la vida. Sin embargo, las palabras no pronunciadas se quedan enredadas en mis vaporosos cabellos. Los “te quieros” imaginados, las preguntas no realizadas o las ayudas no ofrecidas hacen mi vuelta a la vida más complicada. Y temo que un día el peso de lo no dicho me impida salir airosa, cándida y sincera. Temo quedar atrapada en los labios de alguien, porque si eso ocurre, si eso llega a pasar. Moriré.



Si os han gustado nuestros textos os hemos dejado algunos más en Instagram y en Twitter. Recordad que nos reunimos cada jueves en el aula 17.0.02 a las 18:00. ¡Nos leemos!

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