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Doctor Sánchez

Valiente, ambicioso, altivo, arrogante… Un personaje dantesco sin escrúpulos y, como diría Pérez Reverte, "pistolero". También víctima del insomnio en los mullidos colchones de la Moncloa.

Año 2018. 31 de mayo. Por entonces, un joven con tanta ambición como falta de escrúpulos, capaz incluso de revivir de entre los muertos y derrotar a la vieja guardia socialista, protagonizaba la que sería la única moción de censura triunfante en la historia de España. También uno de los momentos más denigrantes que ha vivido la Cámara Baja durante el período democrático. Aquel día, España subió al tren con destino a la ruptura y la declinación, haciendo valer así los primeros versos de Gil de Biedma en Triste Historia, allá donde asoman el pesimismo y la penuria:


“De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España, porque termina mal. Como si el hombre, harto ya de luchar con sus demonios, quisiera terminar con esa historia de ese país de todos los demonios”.

Desde entonces, los vaivenes y la degradación han sido patentes. Junto a quienes odian España y fantasean con la destrucción de nuestra nación, Sánchez ha resucitado la declinación española. Aquella que nos despojó de nuestra grandeza a lo largo del siglo XVII. Han mutado la política hacia una exaltación del sentimiento y la emoción olvidando por completo la racionalidad y los valores ilustrados que forjaron nuestras democracias liberales. Han convertido el enfrentamiento entre izquierdas y derechas en un enfrentamiento entre demócratas y populistas.


Su paso por los aparatos del Estado ha supuesto una ráfaga de despropósitos y necedades que, unida a su ímpetu por someter a todas las altas instituciones a su voluntad divina —cual mesiánico monarca absoluto—, ha degradado la solvencia de nuestro Estado de Derecho, rebajando nuestras exigencias democráticas y de esta manera destronado de nuestra ya pasada condición de democracia plena.


Y lo que es peor, todo ello con el apoyo de quien hiciera falta, con independencia de las posiciones de éstos y de su propia hemeroteca. “Donde dije digo, digo Diego”, ese es su lema de vida, su manual de resistencia, el epitafio con el que, antes o después, se despedirá, nuevamente, de su vida política. De negarlos hasta en veinte ocasiones, a confabular con los herederos batasunos contra el consenso económico de los Pactos de la Moncloa; de declinar el apoyo de separatistas, a concederles patente de corso moral y política; de manifestar exaltado su preocupación por el precio de electricidad, a jactarse de un incremento que roza el 700% con respecto a 2020…


La gestión de la pandemia del Covid-19 y las consecuencias de dicha intendencia son la mejor representación de cómo la política, en contradicción con su definición misma y en manos de la persona equivocada —pongamos que hablamos de un Sánchez—, puede erigirse en el atajo de los mediocres, el escapismo de la realidad. España protagonizó un triple liderazgo en el peor sentido de la palabra: más muertos, más pobreza y mayor destrucción económica. Y a todo ello habría que añadirle un cuarto: mayor restricción de derechos y libertades de forma arbitraria y desproporcionada, tal y como nos confirmaba recientemente el Tribunal Constitucional. Mientras tanto, el Gobierno andaba en otras cosas: hacer avanzar su agenda contrarreformista, diseñada por y para Sánchez. Un proyecto ad hominem sí, pero, ante todo, un proyecto ad Sánchez.


Pero seamos justos, no es entera responsabilidad del señor Sánchez: el expresidente Zapatero , adalid de las políticas identitarias y partícipe de un impúdico compadreo con el autoritarismo latinoamericano, es mentor y guía espiritual de esta insólita comedia. Un sinfín de aberrantes y torticeras normas jurídicas, pilar fundamental de este entramado, son patrimonio exclusivo de ZP.


Sin embargo, entre sombras y desdichas, Biedma nos reconforta al continuar sus versos con ánimo y esperanza:


“A menudo he pensado en esos hombres, a menudo he pensado en la pobreza de este país de todos los demonios. Y a menudo he pensado en otra historia distinta y menos triste; en otra España, en donde ya no cuenten los demonios. Pido que España expulse a esos demonios. Que sea el hombre el dueño de su historia. De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España”.

Este es y debe seguir siendo el credo de cualquier alternativa a la decrepitud y la pusilanimidad del señor Sánchez. Hoy las encuestas hablan por sí solas: el sanchismo tiene los días contados. Así, además, se demuestra cada vez que se abren las urnas —véase el caso de Andalucía, feudo histórico de los socialistas— a lo largo y ancho del territorio nacional. A todas luces, y aunque sigan negándolo los rasputines del señor Sánchez, Feijóo será presidente del Gobierno cosechando una implacable victoria para el Partido Popular.


Este nuevo ciclo sienta las bases para una reforma estructural de país, una reforma que no solo mudará a Sánchez de la Moncloa, sino que deberá instaurar un nuevo modelo político, social, cultural y económico. La madurez, la ponderación, el sosiego y la experiencia hacen a Núñez Feijóo el perfil más indicado para capitanear esta transición y construir un entramado que permita la metamorfosis más allá del corto plazo.


El camino es largo, aún más, complejo, pero la tarea es ilusionante y necesaria. Y, sobre todo, la causa que encierra dicha reforma es una causa justa y legítima. España ha tenido que tocar fondo para despertar, pero el cambio ya es imparable. Más allá de los Hunos y los Hotros, hay una España luminosa alzando su voz para exigir excelencia frente a la mediocridad, seguridad ante la incertidumbre, reforma frente a la ruptura, lucidez como único remedio a la insensatez… Ese es el nítido mandato de la Transición y el imperativo moral de cualquier demócrata. No existen panaceas ni pócimas de Panoramix, cualquier resultado no será fruto más que del esfuerzo, la constancia y el coraje. La puerta hacia una nueva realidad está a medio abrir, y es el señor Feijóo quien tiene la llave para abrirla a cal y canto.


Sánchez recibe al líder de la oposición en Moncloa. Fuente: La Moncloa.





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