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Revolución Industrial: el origen de nuestro mundo

Entender la Revolución Industrial es la clave para explicar los orígenes de los sistemas sociales, económicos y políticos actuales

Todo el mundo ha estudiado o, por lo menos, conoce la Revolución Industrial. No obstante, antes de comenzar con el análisis, es necesario definir y contextualizarla con el propósito de entender el por qué fue el evento que cambió por completo el mundo.


En primer lugar, la Revolución Industrial fue un proceso histórico de transformaciones económicas y sociales que tuvo lugar aproximadamente entre 1760 y 1840, y caracterizado por el uso de nuevas tecnologías aplicadas a la producción en gran escala y la concentración de fábricas en ciudades. Durante este periodo, se llevaron a cabo invenciones vitales como las máquinas textiles en la primera revolución, y la máquina de vapor en la segunda, cuyo combustible era el carbón mineral y cuyo uso incrementó a niveles sin precedentes la producción y el transporte de la época.


Por otro lado, el primer país donde se desarrollaría la revolución sería Reino Unido a finales del siglo XVII, desde donde primero se extendería por Europa Occidental en países como Alemania, y más tarde a los Estados Unidos de América y Japón durante el siglo XIX.


Imagen de una fábrica textil de la época. Fuente: Enciclopedia Humanidades

El segundo paso, después de haber entendido qué fue la Revolución Industrial, es conocer el contexto histórico y cuestionarnos sucesos que se dan por hecho como: ¿Por qué comenzó en Europa y no en Estados Unidos? ¿Por qué Inglaterra fue la precursora y no otros países como Francia o Alemania?


Respecto a la primera pregunta, en Europa se dieron ciertas características que propiciaron el caldo de cultivo para la Revolución Industrial. La primera de todas ellas fue la gran fragmentación política en la que se encontraba Europa lo que, en un ambiente de competición hegemónica, llevó al desarrollo de estados poderosos. El segundo punto es el comercio internacional, medio por el que el continente explotaba los recursos de sus colonias en América y Asia para una mayor producción industrial gracias a sus instituciones. Finalmente, los derechos de propiedad jugaron un rol crucial al propiciar un descenso en las tasas de interés y por tanto, una mayor inversión.


En cuanto a la segunda pregunta propuesta, no hay un consenso en el por qué Inglaterra fue el primer país en industrializarse. Una de las teorías con más peso es la propuesta por Robert C. Allen, en la que afirma que se debió a dos factores. Por un lado, los elevados sueldos debido al comercio internacional y el imperialismo supusieron grandes incentivos para los empresarios de buscar nuevas técnicas que redujesen el coste de los materiales de trabajo. Esta búsqueda conduce al segundo punto: la abundancia de carbón en suelo inglés, en concreto, Newcastle. El mineral era crucial para el funcionamiento de las máquinas industriales actuando como combustible. Por tanto, la ventaja en acceso al carbón en términos de coste de transporte (no era necesario) se tradujo en una industria eficiente y productiva sin igual.


Gráfico de barras que ilustra el extraordinario bajo coste de la energía de trabajo en Newcastle respecto al resto del mundo. Fuente: Robert C. Allen, 2009

Una vez entendido tanto la definición como la contextualización de la Revolución Industrial, es el turno de descubrir los motivos por los que fue el origen de nuestro modelo de vida en todos los sentidos. Para ello, hay que analizar las consecuencias que tuvo en la sociedad y orden mundial.


En el ámbito económico se rompió totalmente con el modelo de crecimiento establecido hasta la fecha: el modelo Malthusiano. Este afirmaba que el crecimiento en la calidad de vida no era sostenible a causa del descenso en beneficios agriculturales y debido a que las ganancias temporales en ingresos eran revertidas por el crecimiento en la población. Esto se entiende como que en el momento de un ingreso de capital, la fertilidad se incrementa y la mortalidad se reduce, por lo que el incremento de población pronto revertería el aumento de riqueza (más gente para el mismo dinero).


Todo esto quedó absolutamente obsoleto tras la Revolución Industrial, cuyas consecuencias no solo se traducen como un crecimiento exponencial en términos de Producto Interior Bruto (PIB) y población mundial, sino que también en un incremento sustancial en el factor total de productividad. Es decir, los países industrializados, y más tarde el resto, vieron cómo su poder económico evolucionaba a unos niveles jamás vistos, lo que ayudó a mejorar la urbanización de las ciudades, además de una mejoría absoluta en el transporte y la comunicación entre ciudades y países.


Al mismo tiempo, esta mejoría en el coste de transporte de productos se tradujo en la primera ola de globalización en la que el comercio internacional creció de manera exponencial. Como resultado, los países con mayor poder económico pudieron exprimir sus capacidades de producción y adquisitivas y, por consiguiente, crecer a un ritmo extraordinario.


Asimismo, y como consecuencia de este desarrollo, tuvo lugar la conocida Gran Divergencia, en la que, por primera vez, el mundo se dividió en países desarrollados (Europa Occidental, Estados Unidos y Japón) y no desarrollados (Asia, América y África). Esta división es la que todavía rige el orden mundial actual con la excepción de los países que actualmente están en proceso de desarrollo tratando de acortar las diferencias.


Gráfico que ilustra la gran divergencia entre los países industrializados y el resto. Fuente: Inquires Journal

Por otro lado, la Revolución produjo un importante éxodo rural en el que la figura del campesino agricultor trabajando en el campo se transformó a la de un obrero lleno de hollín trabajando dentro de una fábrica llena de humo. Este hecho tuvo lugar en las nuevas vastas urbes que se formaban a lo largo de todo el mundo desarrollado pero, sobretodo, en Inglaterra en sitios como Birmingham o Sheffield. En estas ciudades, se gestó la denominada sociedad de clases dividida en dos grupos opuestos: proletariado, obreros trabajando en las fábricas que vivían en los barrios más humildes; y la burguesía, propietarios de los medios de producción que habitaban los barrios más ricos.


Este sistema de clases opresor, en la opinión de los obreros, favorecía a los poderosos, que provistos del apoyo de la banca y las instituciones estatales, sacaban beneficios ingentes del trabajo mal pagado en calidad de vida de los obreros. Por ese motivo, y en contra del sistema social-económico establecido, los obreros se juntan en sindicatos, que con el tiempo resultarían en los movimientos obreros del socialismo, comunismo y anarquismo. Estas últimas ideologías se expandieron por la sociedad europea de la mano de intelectuales como Karl Marx, Engels o Proudhon, y tomaron gran fuerza en la política de muchos países durante el siglo XIX y principios del XX en países como Alemania, Francia o la eventual Unión Soviética.


Estos movimientos surgieron como respuesta y repulsa ante el creciente capitalismo que, no solo se vio incrementado, sino que anuló cualquier sistema económico alternativo. Los estados, conscientes del crecimiento insólito que estaban experimientando, crearon mecanismos institucionalizados para potenciar el capitalismo en forma de tasas de intereses, comercio internacional, explotación de recursos coloniales y ayudas bancarias a las empresas.


Imagen de manifestaciones de trabajadores industriales de la época. Fuente: Historiador al rescate

A modo de conclusión, es necesario insistir en que la Revolución Industrial fue el mayor punto de inflexión en la historia del mundo moderno ya que rompió con todos los cánones y registros socio-econoómicos hasta la fecha. Los países industrializados crecieron a niveles completamente extraordinarios, lo que les sirvió para catapultarse hasta la cima de la hegemonía mundial. Es verdad que en el pasado había grandes diferencias entre el poder de distintas naciones pero, tras la revolución, se abrió un abismo que, aún a día de hoy, es imposible de recuperar. También cabe resaltar que fue a partir de la Revolución cuando se inició la globalización en el comercio internacional. Sin esa globalización y, teniendo en cuenta la procedencia de nuestros productos del día a día, sería imposible si quiera imaginar nuestra sociedad actual.


Además, moviendo el foco hacia el apartado social, fue el origen de todo el movimiento obrero, siendo el socialismo la ideología predominante. Este socialismo, clave en el intelectualismo del siglo XIX, no solo cobró forma en distintos gobiernos en esa época, sino que con la extensión de la democracia a partir de la Segunda Guerra Mundial, tomó una nueva forma. Esa forma vino dada de la adaptación al nuevo panorama político evolucionando al social-democratismo, una de las mayores familias políticas actuales. Mientras tanto, los partidarios de las medidas que se iban tomando para favorecer el capitalismo como el libre comercio o bajos impuestos, fueron evolucionando a los liberales y conservadores que encontramos en el mapa político de cualquier país.


Por tanto, se puede concluir que la Revolución Industrial es el origen del mundo como lo conocemos hoy en día, no solo por iniciar el crecimiento demográfico de estándares de vida e iniciar el mayor periodo de crecimiento económico de la historia, sino también por modelar el orden mundial en el que vivimos, gestar las ideologías de los partidos a los que votamos actualmente, y por concebir el mundo globalizado como lo entendemos a día de hoy.

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