Salud mental: asignatura pendiente en la UC3M
Ansiedad o depresión: la anormalidad normalizada entre los estudiantes que la universidad debe ayudar a erradicar
El pasado lunes, 8 de mayo, tuvieron lugar las I Jornadas de Salud Mental en el Campus de Getafe de la universidad. Contaron con la presencia de figuras relevantes de nuestro país como el periodista Quique Peinado, la diputada Mar García Puig o la medallista olímpica Ana Sanjuan que hablaron de cómo la salud mental, o más concretamente eludirla o no tomarla en excesiva consideración, puede afectar a una persona en sus relaciones sociales y laborales, con independencia del sector en el que trabajes.

El foco de la cuestión está en que, con independencia de la forma, se "rompió el hielo" para hablar en el entorno universitario de un tema que parece evitarse por incómodo o por la tradición tan instaurada de desvalorar la importancia de la salud mental, una tradición tan arraigada en España como cualquier festejo de pueblo o comida popular; el empleo de la frase "está mal de los nervios" como sumario para decenas de patologías que, aunque muy diferentes en causas y consecuencias, resumimos en una sola por no considerarlas merecedoras de nuestra atención.
Esta tendencia parece, no obstante, cambiar entre las generaciones más jóvenes. Somos precisamente los menores de 30 años, con especial hincapié en la generación Z, los que hemos comenzado a distinguir en nuestro vocabulario diario entre ansiedad y depresión; a entender que si alguien tiembla de miedo cuando se pone delante de un auditorio, quizás pueda sufrir una patología con nombre y apellidos y no tenga sencillamente "vergüenza"; somos los que hemos normalizado ir a terapia, pedir ayuda cuando la montaña de problemas cotidianos amenaza con derrumbarse encima de ti y aplastarte.
Comparto la idea de que esta normalización, si bien es beneficiosa, debe ser tratada con mucho cuidado: no es raro que una persona necesite en un determinado momento de su vida acudir a ayuda profesional, pero no deberíamos asumir como lo normal que todo nuestro círculo cercano necesite ir a terapia constantemente. Algo falla en una sociedad si muchos de sus miembros enferman por el simple modelo de vida, si la enfermedad pasa de ser el caso aislado a el caso cotidiano.
Lo cierto es que esta naturalización que hemos liderado las generaciones más jóvenes no encuentra eco en aquellos sectores aún dominados por los más adultos. Sin ir más lejos, el tema de la salud mental ocupó muchos menos tiempos y titulares durante la pasada campaña electoral a rector de la Universidad que, por ejemplo, los tan necesitados microondas de la cafetería o determinados documentos. Mientras algunos de los candidatos dedicaron sus debates a lanzarse y defenderse de determinadas acusaciones, al otro lado del campus había un alumno pidiendo ayuda con el psicólogo de la universidad y encontrando como única solución una terapia grupal por la alta demanda y los pocos recursos.

Los datos son demasiado fuertes como para ignorarlos. Datos como que dos de cada tres jóvenes sufren ataques de ansiedad y un tercio ha intentado o pensado suicidarse, o que uno de cada cinco jóvenes deseó estar muerto alguna vez durante el último año. Manejando estas cifras a nivel general, y las de la alta demanda del psicólogo de la universidad a nivel particular, ni siquiera se abre el debate de si no tendrá algo que ver el hecho de que los alumnos no dispongamos de descanso entre cuatrimestres, que la evaluación continua se plantee de tal manera que se someta a una carga enorme de trabajo durante el curso para seguir examinándose en el final toda la materia como si durante esos meses tu trabajo hubiese sido en vano, o el hecho de que en las convocatorias finales haya exámenes con poco más de 24 horas de margen entre ellos.
Aprovechando el cambio de equipo de gobierno, urge poner remedio a un problema que nos ha llevado a normalizar lo que no es normal. Poner más medios de prevención y tratamiento, pero, sobre todo, urge abrir determinados debates. Queda claro que si hablamos de estadísticas, ni Principios de Economía ni Derecho Penal, la asignatura pendiente de la universidad sigue siendo la salud mental.