Un presidente con alergia a las pitadas
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y su incapacidad para soportar los abucheos durante el desfile de la Fiesta Nacional
El pasado miércoles 12 de octubre, como cada año, se celebraron en Madrid los actos correspondientes a la celebración de la Fiesta Nacional, mayoritariamente conocida como "Día de la Hispanidad", a pesar de que dejó de llamarse así hace tiempo. Lejos queda ya la antigua nomenclatura del "Día de la Raza" que pasó a la historia, por lo menos en España, en 1958. Como cada año, el Ministerio de Defensa se encarga de organizar el tradicional Desfile de las Fuerzas Armadas en el que los tres ejércitos: Ejército de Tierra, Ejército del Aire y del Espacio (sí, del Espacio) y La Armada, participan en una tradicional parada militar donde infantería, caballería, artillería, aeronaves, blindados y motorizados recorren el Paseo de la Castellana de Madrid desde la Plaza de Cuzco hasta el cruce de la Castellana con Raimundo Fernández Villaverde. La UME, la Policía Nacional, los bomberos y la Guardia Civil también forman parte del espectáculo.

Desde las 7 de la mañana, los más madrugadores cogían sitio en los lugares más cercanos a la tribuna donde, más tarde, el Rey y su familia presidirían el acto. Los actos empezaban a las 10:00 de la mañana, según el plan establecido por el Ministerio de Defensa. Con la incorporación del batallón de Honores de la Guardia Real, de la Enseña Nacional al mismo y tras informar a la Autoridad, se daba por comenzado el acto institucional. Para la llegada de los Reyes aún quedaba una hora. Se esperaba la llegada de todas las autoridades citadas previamente a la del Jefe del Estado, pero el guion se torció en el último momento.
No es de mi interés abrir un debate sobre sí es correcto o no lo que sucedió, más bien me interesa tratar de comprender por qué ocurrió. A estas alturas, no creo que muchos no sepan ya de lo que estoy hablando; efectivamente, hablo de los 50 segundos que pasó el Rey en su coche esperando la llegada del Presidente. No voy a entrar en si el coche era de tal marca o de tal otra, si fueron muchos segundos o pocos, si es una vergüenza para la Fiesta Nacional ni nada por el estilo. Pero sí me gustaría decir que este evento requiere de mucha antelación en su preparación y qué menos que los invitados lleguen a la hora que se les convoca, creo que es un mínimo de educación.
Desde mi punto de vista, es mucho más reseñable la actitud del Presidente frente a este tipo de situaciones. El año pasado ya ocurrió algo similar. En aquel año, el coche del Presidente llegaba al acto cuando la comitiva del Rey ya rodaba por la Castellana. Cabe destacar también que no intercambió palabra con ninguna de las autoridades madrileñas, el Alcalde José Luis Martínez-Almeida y la Presidente de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ambos líderes populares. Es importante destacar esto porque sentaba un precedente ya que, en 2018 y 2019, el Presidente acudía con tiempo más que de sobra a la cita, incluso hablaba con Ayuso y Almeida, caso de 2019; y con Carmena y Garrido, caso de 2018. Sin embargo, tras la pandemia, pareciera que el Presidente ha desarrollado cierta aversión hacia su asistencia a los actos de la Fiesta Nacional, no se le ve demasiado cómodo acudiendo.
Y esto no es solo una percepción mía, es algo notorio y que, cualquiera que se fijase en el comportamiento del Presidente en las celebraciones del 2021 y del 2022, habría notado. En el 21, el Presidente se muestra cercano y atento con la Reina, tratando de disuadir a los más críticos de pitarle, utilizando a la consorte como "parapeto". Y por supuesto, con su ajustada llegada buscaba mantenerse a resguardo todo el tiempo posible. Sin embargo, este año la actuación del Presidente ha ido un poco más allá y ha llegado incluso después del monarca. Es decir, este año ya ni siquiera ha querido dejar hueco a los pitidos, tratando de usar al Rey como escudo ante los abucheos. No es casual que el Presidente llegue tarde al desfile, como tampoco fue casual que en el 21 llegará con el tiempo justo. La Ministra Portavoz, preguntada en un programa de radio, achacaba el retraso a un semáforo en rojo. Eso podría tener sentido si el coche del Presidente se parase en los semáforos, pero todos sabemos que, por razones de seguridad, no es así.

El Presidente era plenamente consciente de que quería estar el menor tiempo posible en aquel acto al que demuestra un total rechazo. No podemos saber si hacer esperar al Rey formaba parte de sus planes, pero lo que sí sabemos es que tampoco es algo que le importase mucho. Sánchez tiende a pensar que puede hacer uso de cualquiera de las instituciones del Estado como si fueran parte de su patrimonio. En una última entrega de esta patrimonialización que practica, usó al Rey como escudo humano frente a las críticas en vez de afrontarlas, las cuales, por otra parte, le van en el sueldo. Nunca un presidente ha sido del agrado de todo el mundo y tradicionalmente a los socialistas se les ha pitado en esta fecha. A Zapatero le llamaban "gilipollas" y aguantaba estoicamente los pitidos, puesto que era su responsabilidad asistir a un acto institucional de esas características.
El Jefe del Gobierno es una pieza fundamental dentro de la estructura del Estado y, como tal, tiene que cumplir con las responsabilidades que esto conlleva. En el caso de Sánchez, demuestra tener una actitud poco responsable con lo que respecta a la institución que encarna. Y no es porque llegue 50 segundos tarde al desfile del 12 de octubre, evidentemente esto es una anécdota más. Pero el problema es ese precisamente, que es una más. No es la primera vez, y me temo que tampoco será la última, que hace un uso chapucero de las instituciones. En este caso ha sido el Rey, pero en el pasado fue la Fiscalía General del Estado, donde colocó a una de sus ministras; también el Consejo General del Poder Judicial, donde comparte la responsabilidad con el PP de no renovar el órgano; fue la Presidencia del Congreso, cuando Batet pidió rebajar las mayorías para acceder a la Comisión de Gastos Reservados en medio de la crisis por el caso Pegasus; y fue también víctima la Dirección General del CNI, la cual descabezó para contentar a sus socios parlamentarios. Y cómo olvidar cuando afirmó en la radio que la Fiscalía era dependiente del Presidente del Gobierno.
A Pedro Sánchez le incomoda asistir a los actos de la Fiesta Nacional porque le pitan, le insultan y le abuchean, lo cual es de muy mal gusto y de muy mala educación por parte de los alborotadores, por supuesto. Pero, por otro lado, no le importa hacer un mal uso de las instituciones ni pisotearlas en público. ¿Cuántas veces hemos visto al Presidente acudir a actos con público que no fuesen autoridades o militantes del PSOE en los últimos dos años? ¿Cuántas entrevistas a medios que podrían considerarse 'no afines' ha concedido desde que es presidente? La intolerancia a las pitadas y a las críticas públicas de nuestro Presidente es absoluta. Es por eso que no se somete a los famosos "baños de masas", como otros políticos sí pueden hacer. Se siente mucho más cómodo en los jardines de la Moncloa, en Bruselas o en el Congreso, donde todavía goza de una mayoría de parlamentarios que le aplauda las intervenciones.

Es importante respetar las instituciones del Estado, y los primeros en hacerlo deben ser los que las representan. De igual manera, es necesario saber distinguir entre ellas y garantizar, en la medida de lo posible, la independencia entre las mismas. Si no cumplimos esto, las condenamos al descrédito, que es lo que ocurre hoy en día en España. Esto lleva a un clima de malestar social que es un caldo de cultivo para la proliferación del populismo y las ideas extremistas y radicales. En la nómina del Presidente hay una partida por aguantar las críticas y los abucheos y aunque estaré de acuerdo en condenar los improperios que le profirieron, no por ello puede encerrarse en su propia burbuja y huir de aquellos a los que verdaderamente debe dar las explicaciones y rendir cuentas, los ciudadanos. La gente no quiere un Presidente que se comporte como un animal exótico, difícil de ver y reservado solo para unos pocos. La gente quiere un Presidente real, firme y que se atreva a enfrentarse a quienes discrepan con él, no un jarrón "monclovita" al que ver por la televisión pasearse con aires de grandeza y rodeado de autoridades cuyos nombres ni siquiera conoce. Señor Sánchez, los que le pitaban no representaban a la mayoría social de España, pero su conducta le está alejando de la gente, hasta tal punto, que acabará echando de menos los abucheos porque ya no quedará nadie que le aplauda.